El estrés infantil supone luego el hábito de fumar, un bajo nivel educativo, un bajo patrimonio económico o un índice de masa corporal elevado.
El ambiente psicosocial estresante para el niño, los traumas psicosociales de la niñez ocasionados por diferentes problemas familiares, guardan relación con peores datos de salud en las siguientes décadas de su vida, según los resultados que de un estudio del seguimiento durante varias décadas de miles de personas nacidas en Gran Bretaña.
Una investigación publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) relaciona experiencias infantiles adversas con un mayor desgaste fisiológico una vez que las personas que las han sufrido alcanzan la edad adulta.
Las experiencias adversas en la infancia es un parámetro conocido como ACE, por las siglas del inglés Adverse Childhood Experiences, y se construye con datos sobre las circunstancias familiares que pueden generar estrés en el niño, como la separación de sus padres por divorcio o muerte, problemas de alcoholismo de algún miembro de la familia, así como enfermedades psiquiátricas o problemas con la justicia.
Por otra parte, el estado fisiológico de estos individuos ya en su etapa adulta se midió por la carga alostática (una medida del desgaste fisiológico global que en este caso se ha construido con una serie de biomarcadores que se consideran clave para la salud), como la presión arterial, los triglicéridos o el cortisol.
Cristina Barboza Solís, investigadora de la Universidad de Costa Rica que en la actualidad trabaja en la Universidad Paul Sabatier de Toulousse (Francia), declara que la relación entre los traumas infantiles y los problemas de salud posteriores se puede explicar por tres vías: socioeconómica, comportamental y biológica.
En primer lugar, “los niños que han sufrido una adversidad tienen en promedio en su vida adulta un nivel socioeconómico y educativo más bajo”, afirma. Por otra parte, “son más propensos a adoptar comportamientos de riesgo para salud, como fumar, consumir alcohol o tener un índice de masa corporal superior”.
Finalmente, la vía biológica aún está por esclarecer, pero es probable que el sistema fisiológico responda de algún modo al estrés. Los investigadores han tomado los datos del National Child Development Study, un estudio que incluyó a miles de personas nacidas durante una semana de 1958 en Gran Bretaña, sobre los que se ha hecho un seguimiento a lo largo de sus vidas analizando diferentes parámetros sociales y de salud.
Entre estas personas, que en 2015 cumplirán 57 años, se seleccionaron 3.782 mujeres y 3.753 hombres para este trabajo. Entre los hombres que presentaron adversidades precozmente, las principales conductas de riesgo para la salud medidas en diferentes décadas de su vida (por ejemplo, a los 23, 33 y 44 años) han sido fumar, un bajo nivel educativo y un bajo patrimonio económico.
Entre las mujeres que también atravesaron algún trauma infantil, además de estos mismos parámetros, destaca un índice de masa corporal elevado. Los resultados son “muy interesantes” porque animan a contar con nuevos factores a la hora de estudiar el bienestar de la población. “Incorporar el ambiente social en el que crecemos” como elemento que influye en la salud “nos llena de curiosidad científica”, asegura Cristina Barboza.
En ese sentido, “reconocer la infancia como un periodo de oportunidades en términos de salud sería crucial para la creación de nuevas políticas de salud pública a nivel poblacional”, añade. La infancia “es un periodo crítico para el desarrollo integral y óptimo de los sistemas fisiológicos y nuestro estudio aporta un granito de arena en la comprensión de los mecanismos que pueden alterar la salud de un individuo a lo largo de su vida”, asegura la investigadora.
Por eso, su equipo pretende continuar esta línea de investigación para analizar “si es posible que los padres transmitan un capital social, económico y psicosocial, a través del nivel educativo y la posición social, que proteja o altere la salud de sus hijos cuando lleguen a adultos”.